Llovía. La noche se hacía densa y larga detrás del televisor, que pasaba una película con un título espantoso que ya ni me acuerdo, en el ventanal empañado que daba al fondo de su casa. Estábamos solos, sus viejos se habían ido a pasar el fin de semana a la costa y su hermano andaría por algún lado de la ciudad con sus amigos. Llovía poco, una garúa densa y continua de un día húmedo hasta el cansancio. La película caía minuto a minuto en el cronómetro de la videocasetera. Me sentía muy nervioso, era raro, nunca me había puesto tan nervioso con una chica. Había tomado un par de cervezas para intentar calmarme, fueron inútiles, me habían puesto más alterado. En el televisor muchos actores bailaban y cantaban, por momentos se reían, lloraban, cogían. De pronto y sin pensarlo demasiado le dije que la amaba y le di un beso. Estuvimos un rato en el sillón de su casa besándonos y acariciándonos. Habían pasado ya varios años desde la última vez que tuvimos sexo, pero su piel seguía provocando en mí un efecto extrañísimo y placentero, esa ya conocida dulce provocación. A pesar de eso yo no podía meterme en la escena. Mi cabeza no me dejaba hacer tranquilo. Me iba a cualquier lado hasta que aparecía de nuevo en el sillón de su casa. La escena estaba en un lugar y yo en otro. Le dije que mejor fuéramos a su habitación para estar más cómodos y así hicimos. Continuamos en su cama, con más calma que antes pero con la misma obstinación. Ya la había casi desnudado cuando quiso tocarme la verga y tuve que frenarla. Todavía no se me había parado. Intenté desviarla de su intención, llevé sus dedos inquietos a otras partes de mi cuerpo pero al rato, invariablemente, volvían. Me senté en la cama y le confesé la situación. Temí lo peor, quería estar en mi habitación, solo. Di excusas, nervios, cerveza, película mala. Ella me abrazó y me dijo que no me preocupara, que si quería podíamos seguir viendo la película y si se daba se daba y sino sería otro día. Nos sentamos en el sillón del comedor otra vez. La lluvia seguía cayendo atrás de la ventana con la misma intensidad tímida pero constante de antes. Me miró y me dio un beso húmedo en la mejilla. Le dije otra vez que la amaba, ahora con un poco más de convicción, se acercó a mi oído y mientras me agarraba una mano, en un susurro leve pero seguro, dijo: y yo a vos.
2 de noviembre de 2007
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