21 de noviembre de 2007

"El hermano" por Alejandra Lategui

Es de noche y en la habitación hace muchísimo frío, aunque haya pasado el invierno y sea noviembre.
Hoy es el día del cuarto cumpleaños de Lucía pero esta vez no hubo festejos ni torta ni regalos. Hace un rato nació su hermano y ella no pudo verlo. Algo salió mal, puede adivinarlo en los ojos de su padre que la dejó en la casa de sus abuelos. Lo escuchó hablar en voz baja, no entendió lo que decían pero le pareció que su padre lloraba, aunque no está segura porque nunca lo vio llorar.
La pieza donde trata de dormir es enorme y oscura; está cerrada desde hace años, cuando las tías se casaron, y sólo quedan una cama desvencijada y un escritorio. El olor de la humedad concentrada en las paredes la ahoga y cada tanto se filtra la luz de los relámpagos por las celosías que golpean con el viento.
Ella se queda quieta en la cama demasiado grande. Las sábanas están frías y se acurruca como un animal pequeño porque siempre tuvo miedo de las tormentas, y también porque sabe que detrás de los ventanales la acecha un lobo de ojos helados. María, la bisabuela vasca, le contó que cuando vivía en su pueblo los lobos aullaban en las noches, muy cerca de las casas, y además se acuerda de una canción que cantan a veces unos primos mayores que ella: dice algo así como no cantes hermano, que Moscú está cubierta de nieve, los lobos aúllan de hambre y Olga no vuelve, y ella se imagina a Olga caminando sola por la estepa inmensa y siente pena por esa mujer y también por su hermano que está enfermo.
Lucía tiene los ojos muy abiertos en la oscuridad y con cada estallido del cielo se siente más sola y más triste. Quisiera estar en su cama con sus muñecos de dormir, especialmente con el perro azul que le trajeron los Reyes Magos, pero esta noche su padre estaba tan apurado que ella no pudo decirle que necesitaba tanto ese perro y ahora siente este agujero en el pecho y estas ganas terribles de llorar pero no quiere porque le da vergüenza.
Esta tarde compró un regalo para su hermano; eligió un hipopótamo chiquito, de color verde con una remera rayada, y se lo dio a su padre para que se lo llevara.
En el medio del techo se dibujan arañas azules intermitentes porque una gotera toca los cables de luz. Se abre la puerta y el abuelo la mira un rato desde el umbral; ella prefiere que crea que está dormida. Entra despacio, se acerca, la arropa con otra manta y ella ve que deja al lado de su cama una olla donde caen las gotas de agua que hacen un ruido rítmico y metálico al golpear contra el fondo y piensa qué pudo haberle pasado a su hermano y se le ocurre que pudo haberse muerto pero no sabe si un hermano que recién nace puede morirse.
Espera un rato hasta que los ruidos de la casa se apagan. Entonces enciende el velador con volados y saca una hoja de papel del cajón de la mesa de luz, y con una lapicera que escribe rojo y finito dibuja un corazón, y escribe al lado Gabriel, que es el nombre de su hermano.
Después apaga la luz, se tapa la boca con la sábana áspera, y llora hasta que se queda dormida.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hoy no fue un buen dia. No quisiera escribir pero no hay opción. Sino las palabras que no escribo me van a joder durante la noche. Me gustaria dormir una semana entera. Esto es lo ultimo que hago antes de irme a dormir. Lei el texto. Quiero llorar. Es conmovedor. Gracias.

S.

Anónimo dijo...

Ultimamente no estoy muy "de hacer comentarios", pero el relato es tan conmovedor, tan despojado y simple en su emoción, que preferí dejar de lado, apenas un momento, esta abstinencia que no se de donde me viene. Muchas gracias

Anónimo dijo...

Es un cuentito lindo, pobre en metáfora y argumento, pero bello... de una belleza casi pueril. No me parece publicable, pero adornaron mi retina el minuto y medio que me llevo leerlo, suerte al mentor de estas letras, va por su camino