No eligió vivir conmigo. Cuando llegó fue moverse y romper el silencio con mil nombres. Ella se acomodo muy bien y sin nostalgias a vivir en un cuenco de alabastro. Todas las noches de luna llena la saco en su cuenco para que se tome el blanco de la luna, a pesar de la queja de los vecinos, que me dicen, varias veces por mes, que cada noche es más oscura.
Junto piedras en el jardín, pequeñas piedras esféricas, otras irregulares. También algunas que se parecen a ojos que me miran de solo despegarlas de la tierra. La alimento con estas piedras. Las dejo caer hasta el fondo curvo del cuenco donde ellas las elige. Deja de lado a las jóvenes y a las mortales. Con sabiduría helada solo devora a las perennes. Cierta vez asomado al borde del cuenco la ví. Ella está tendida, como muerta. La miro con angustia de no poder salvarla porque la naturaleza me condenó a no ser roca perenne. Pero no está muerta. Solo renace. La muerte es un lugar que el destino le ha negado. Caída sobre el alabastro, más frío y blanco que nunca, por mil fisuras de su piel seca se escapa un cuerpo nuevo. Es gris. Palpita. Ella lo arrastra blando y frágil como alguien que solo quiere huir de su pasado. La piel vieja se queda en el olvido, solitaria. Abandonar esa piel es su modo de asesinar al tiempo. Miro su carne gris y palpitante. Mañana será de nuevo hermosa. Ella me dijo, en un susurro, que yo mismo seré esa carne gris y palpitante en diez mil años. Y le creo.
15 de noviembre de 2007
"Sin titulo" por Daniel Alvarez
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2 comentarios:
eso es poesia...
santi
Trmendo poema.Un abrazo.
Gustavo
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