10 de diciembre de 2007

Hardcore por Juan Ignacio Pisano.

Pone a calentar agua, prepara el mate. No revisa los mails hace algunos días y se sienta frente a la computadora. Ve la pila de apuntes, que le recuerdan un inminente parcial, desparramados sobre el escritorio. Los toca, se promete agarrarlos en un rato. Revisar mails después de varios días le produce intriga, piensa que alguna sorpresa aguarda a que la descubra. Nunca hay sorpresa, nunca hay nada interesante. Está a punto de cerrar la casilla cuando le llega un mail de un amigo. Es un link a un sitio porno. Piensa que puede ser una buena manera de distraerse. Últimamente siente que mejor sería deshacerse de su vida, cambiarla por otra. Una distracción ligera. Una forma de olvidar. Decide confiar en su amigo. Suena el teléfono.
Hola, es ella. Un silencio corto, pero interminable. La página porno está abierta, una morocha se arrodilla en la pantalla. Él mira y su erección es inmediata ¿Estabas estudiando?, dice ella. Por empezar ¿Es mucho? ¿Qué cosa? El parcial ¿Podemos hablar? Sí ¿Qué hacemos? ¿Con qué? ¿Cómo con qué, Agus? Con nosotros. No sé, tenemos que darnos tiempo ¿Cómo tiempo? Su pantalón y calzoncillo de pronto descansan junto a los pies de la silla. No me digas eso. No se qué decirte. Sos tan frío. Los dos callan, silencio que dura varios segundos. El otro día, cuando salimos del bar, el sábado creo que fue, o el viernes… y lo del lunes… no me podés hacer esas cosas… ¿Y yo? ¡¿Y yo?! Vos y vos, piensa él ¿Me escuchás? Sí ¿Qué lugar ocupo en tu vida? Sos mi novia. No parece, no me siento tu novia, no me siento nada con vos. Respondeme, dice ella. Él mira la pantalla. Hardcore, tríos, grupos. Sos una mierda. Pará, Julieta. No te importa nada, te estoy hablando y no te importa ¿Qué hiciste ayer? Te llamé mil veces al celular. Ya te dije, sos mi novia ¿Qué decís? Se acomoda el tubo entre el hombro y la cabeza ¿Me estás escuchando? ¿Qué estás haciendo? El tubo del teléfono se le desliza un poco por su hombro. ¿Qué estás haciendo, Agustín? El tubo se le está por caer, el cuerpo se le sacude en vibraciones leves, cada pequeña agitación de su mano es una distancia más que recorre el tubo en el hombro ¿Me vas a contestar, Agustín? Un video se acaba de descargar. Suelta el mouse, agarra de nuevo el tubo del teléfono con la mano, el video empieza, una rubia parece bailar zamba arriba de un tipo al que solo se le ven las piernas. Escucho ruido, ¿estás solo? Sí ¿Qué hacemos?, dice ella. Te dije que no sé. Hay alguien, escucho voces. Baja el volumen de los parlantes. Sí que sabes qué hacer, sabes que esto se termina y no te importa. No, no es eso. Sí, es eso. No llores. Lloro todo lo que quiero. Se le va una pierna y patea el termo que estaba apoyado junto a la silla, hay una pequeña explosión, se derrama agua caliente por el piso. Eso querés ¿no? Verme llorar, ¿a las otras también las haces llorar? ¿A quiénes? La rubia baila un zamba cada vez más veloz arriba del tipo al que solo se le ven las piernas ¿Te pensás que soy boluda? Pero te perdono, si las dejás por mí te perdono. Ahora contestame, ¿las hacés llorar? No estoy con nadie más, Julieta. Las haces llorar, forro, morite hijo de puta ¿Porqué no te morís ahora y le haces un favor a la humanidad? La voz de Julieta se transforma para él en un zumbido molesto. Julieta, no hay nadie más ¡Mentira!, dice ella. Aunque vos no sepas yo me entero de las cosas ¿Qué cosas? Ella no responde pero ese zumbido persiste. La rubia dejó de bailar zamba, se arrodilló frente al tipo al que ahora lo que no se le ven son las piernas. ¿Qué te enteraste, Julieta? Ella sigue callada. Contame te dije. No sos impune, Agustín, seguro que mientras hablás conmigo chateas con alguna. El zumbido es cada vez más molesto, una punzada insufrible que le perfora el odio. Aparta el tubo de la oreja, lo mantiene con una mano lejos y escucha un murmullo ínfimo. Mira un tatuaje que tiene la rubia en el cuello, lo observa con detenimiento, pero no logra distinguir el dibujo. Acerca de nuevo el tubo. No llores más, Julieta. Hablame, decí algo. La rubia se prepara para recibir el semen del tipo al que ahora solo se le ve la verga. Julieta se suena la nariz, Agustín siente la punzada bien adentro en el oído. La rubia abre la boca y espera. Julieta, dice él, pero ella no contesta. El tipo le pega al tatuaje, Agustín sonríe por la puntería. Julieta se suena de nuevo la nariz ¡La puta madre, hablame y no llores! Acá el único que no llora sos vos. El tubo del teléfono cae, él se levanta de la silla, apoya una mano contra la pared, queda encorvado y apunta al piso, tiene esos segundos de ausencia con el mundo, se mantiene en esa posición. Respira hondo. Mira los apuntes sobre el escritorio y se sienta despacio frente a la computadora. El teléfono tirado en el piso, el video en la pantalla, la tarde que termina. Agustín siente que el culo se le moja contra la cuerina de la silla. Vuelve a pararse y una pequeña brisa, dando en la transpiración de la piel, le da una sensación de alivio. El oído ya no le molesta. Mira desde lo alto el pantalón como esposas en sus tobillos, piensa que si se pusiera a caminar lo haría con la gracia de un pingüino, pero no tiene ganas de caminar, ni de levantarse los pantalones, solo de estar así un rato más, parado, sin moverse.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

El cuento sale como piña. Una prosa liviana pero terriblemente golpeadora. Los dialogos quedaron increibles. Felicitaciones.

Santi

Anónimo dijo...

Gracias, loco.
Un abrazo
Juan

Anónimo dijo...

Intenso. Que locura la sexualidad humana. Que locura el amor, el cuerpo, la mujer, el hombre y el deseo. Muy bueno tu cuento Pisano.